jueves, 10 de abril de 2014

ENLA FIESTA DE TOROS EL TEDIO, EL ABURRIMIENTO Y LA INSATISFACCIÓN SUELEN ESTAR DETRÁS DE LAS MEJORES SONRISAS. Por José Caro.

 
Coinciden los aficionados que gustan de escudriñar en la intimidad “teórica” de la Fiesta que los enemigos naturales del espectáculo son el tedio, la insatisfacción y el vacío que, cuando así concluyen, dejan las funciones en el ánimo de los espectadores.

El contraste es notable: tan sólo basta con mirar a los parroquianos que llegan a la plaza llenos de agitado nerviosismo, aliados a una esperanza que crece con briosa animación, impulsados por el cálido aliento que expele el sano optimismo, y si son partidarios de algún torero en especial hasta con ilusión, y –luego- verlos cuando abandonan el circo una vez que fueron “sorprendidos” por el aburrimiento (tedio, insatisfacción y vacío).

No puedo contradecir a quienes afirman que la expectación, la agitación, y hasta la “adivinación”, forman parte de la coreografía formal de la Fiesta. ¡Cuántos baños me he dado en el vaporoso deleite de los chorros de animación y entusiasmo de las tardes espectaculares!

Pero como sucede con las manifestaciones que trascienden los estados emocionales, cuando la alegría es tan deseada, y ésta no llega, -las manifestaciones- se vuelven penas que, -poéticamente bañadas en lágrimas- dejan tan hondo vacío que pareciera que el mar se hubiera evaporado. Es cuando lastimeramente se afirma que la gran expectación se vuelve gran decepción.

Lo curioso del caso es que el vacío, el aburrimiento y la poca alegría han sido incorporados a la naturaleza de la Fiesta. Siempre han estado presentes, y aunque nadie los desea, están detrás de las mejores sonrisas. Así es el toreo como espectáculo: a veces brinda rosas, y  veces concede espinas, y a veces ni unas ni otras. Es cuando la insatisfacción se adueña del escenario, y es cuando enmudecen los corazones.

Cierto: la insatisfacción, el tedio y l aburrimiento son estados emocionales que, como resultado de una expectativa, son aborrecibles. Pero también es cierto que el toreo sólo puede mirarse de una manera personalizada, y siendo uno –el toreo- tiene tantas caras como observadores lo miren. De ahí que parezca normal que los concurrentes a las funciones taurinas vayan con la idea de asistir a una fiesta, a una sesión –en sucesión- de emociones festivas tan notables que la línea conservadora no contribuye mayormente al agradecimiento de la parroquia. La diversión, quiérase o no, es parte estructural de espectáculo.

Empero al verdadero “taurófilo” los arranques y arrebatos emocionales que emanan del ruedo le hacen lo que el viento a Juárez toda vez que para él –el buen taurino y aficionado- existen otros satisfactores que le proporcionan deleite y construcción personal.

Lo cierto es que cuando la tarde aburre el repudio colectivo, a veces expresado en burdas manifestaciones sonoras y agresivas, en realidad no representan un odio terminal a los actores centrales –toro y torero- pues su repudio es contra las circunstancias que pintan la realidad de otro color. Lo cierto es que la Fiesta tiene grandes espacios que no son autorregulables: en suma, el buen aficionado ha aprendido a no despreciar a nada que no sea a la insatisfacción y sus satélites: el tedio y el aburrimiento.

 

 

 
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