jueves, 13 de marzo de 2014

¿SE PODRÍA ENTENDER A JUAN BELMONTE SIN LA PALABRA?. Por José Caro.

Él, “El Pasmo de Triana”, usando palabras, descubrió realidades en el toreo geniales y asombrosas: “para torear hay que hacerlo con la pasión del enamorado”. Le faltó aclarar que la pasión no es palabra, sino sentimiento, impulso y arrebato. Le faltó apuntar que a los verdaderamente enamorados las palabras les sobran, pues hasta con sólo mirarse y  verse encienden el pebetero de su pasión.

Porque la palabra es la que habla, porque es la que narra historias, porque es la que cuenta cuentos, porque es la que descubre el contenido de los fecundos silencios, porque es la que expone los diálogos sostenidos con uno mismo dentro de un fondo inaudible, merece toda mi admiración. Por ello la busco con la ambición del gambusino; porque habiéndola encontrado, podré tener íntimas  riquezas –espirituales- y llegar a comprender,….

Comprender el por qué la emoción se fuga tan abruptamente de los ruedos; comprender el por qué hay toreros que valen mucho, y otros que nada valen; comprender el por qué hay toreros que no agarran –cual madera que no agarra el barniz- la esencia que les puede recubrir de gloria.

Sin la palabra seguramente el mundo sería como un colosal mamotreto en el que se adoraría al aburrimiento. Sin la palabra el mundo sería más silencioso y aburrido que los panteones, y mire usted “caro” lector que la mudez de los cementerios habla con tal vehemencia que a muchos su futura estancia, amén de ensordecerlos con ardor, les hace estremecer con pavor.

Sin la palabra el toreo empezaría cuando el torero se abre de capa, y terminaría cuando el cachetero toricida remata fulminantemente a la

bestia que, por no entender palabras, muere sin sentido. Sin la palabra no se podrían configurar escenarios novedosos ni en el universo del toreo, ni en el universo de las ideas. Así las cosas, admiro la palabra que me divierte, y respeto la palabra que me enseña. Como la palabra que pronuncia el parlante “que sabe de toros”.

¿Será por eso que aborrezco el espectáculo del toreo cuando enmudece, cuando no tiene instrumentos comunicantes, cuando el faltan palabras para manifestarse?

Las palabras emocionan tal y  como emocionan los lances; la palabra sobrecoge, tal y como sobrecoge la tragedia y el drama en el ruedo; la palabra eleva, tal y como elevan la apoteosis, el triunfo y la gloria; a la palabra, cual lance en el ruedo, la descubre la imaginación.

Imaginación y palabra. El torero sin imaginación aburre; el toreo sin palabras es un discurso mudo; el toreo sin imaginación ni palabras es como un universo que gira en la penumbra de la noche.

Sólo los enamorados no necesitan de palabras. Estos no tienen tiempo de aburrirse a pesar de que no se pronuncien palabras, sobre todo los recién casados pues, dándole vuelo a la hilacha, y sumidos en sus candentes menesteres, con el corazón latente –y ardiente-, y casi en sus manos, se hablan y se dicen sin pronunciar palabra.

De ahí que los novilleros, cuales enamorados primerizos de la profesión, deban cumplir el mandamiento de don Juan Belmonte. Hacerlo con la pasión del enamorado: hacerlo sin palabras pero con intensidad en el corazón.

De lo contrario,… ¡nata sobre la leche!  Los toreros parlanchines, los que hablan, dicen y vociferan, pero que lo hacen sin fondo pasional, simplemente no dicen nada, y aburren. ¡Nata sobre la leche!

 
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