viernes, 28 de marzo de 2014

NO ES UN CUENTO ROMÁNTICO NI UNA SENSIBILERA DIFERENCIA LA QUE EXISTE ENTRE LOS NOVILLEROS MODERNOS Y LOS MALETILAS DE ANTAÑO. Por José Caro.

 
 
La necesidad de explicarme el contexto en el que he vivido como aficionado me sugiere tomarle al pasado el paisaje que fue. No es una novela, ni un cuento, pero es realidad. La realidad a la que me refiero, acaso por ser común y corriente, que no por su bajeza, tal vez parezca tosca y falta d la delicadeza propia de una reflexión en público.

Cuando recuerdo a ciertos toreros modestísimo de antaño, pero sobre todo a los torerillos y maletillas, tanto a los que me presentó la literatura envuelta en aromas de romanticismo poético, como a los que en realidad conocí, los veo dependientes de unas condiciones tan lamentables que no es mucho decir que eran los harapos su uniforme de todos los días y las piernas  trémulas y flácidas el báculo en el andar de su vida.

Eran hijos de padres horados, pero carentes de lo elemental, no se diga de lujos y comodidades. Padres laboriosos, pero insuficientes sus esfuerzos para dar d comer a la familia que, con  dolorosas represalias, veía partir rumbo a la plaza de toros San Marcos al héroe que soñaba con ser torero. Y salía a la calle: pantalones desgarrados, camisa, si bien limpia, falta d botones, ah, pero eso sí, liada a la cintura que cual rama quebradiza en la esbeltez de la miseria, pálido el rostro, acusaba la con la mirada de los ojos vidriosos un voraz deseo y apetito del pan duro que, junto a los víveres de desecho  de los cuales se desprendían las regordetas esposas d los aficionados acomodados de abultado vientre, aunque llorando de humillación, hiberan servido para darse un colosal banquete con los mendrugos abandonados.

Esa era una realidad, y no un cuento ni una artificiosa novela. Los toreos modestísimos, y los maletillas de antaño, sin perder la vertical, y enhiesta la dignidad y el orgullo, saliéndoseles el mechón alisado con saliva debajo de una boina descolorida, y andando sin lograr esconder los dedos que curiosos se asomaban por entre los agujeros de los tenis remendados quien sabe cuántas veces, le presumían con varonil alegría ala “gachí” que en ellos por andrajosos e había fijado. Soñaban ue un día presumiría ella las glorias de sus hazañas.

Y salían a la calle: salían sin rumbo, cuando no se dirigían a la plaza de toros, y en ocasiones sin retorno, siempre al lado de los sueños, dando la impresión de vivir en medio de una tristeza patética, y lo hacían cabizbajos, buscando la oportunidad de torear y merecer los beneficios económicos que les pudiera aliviar los enormes dolores del alma y los perrunos bocados del hambre.

Esos torerillo eran personajes de los barrios populares, tipos que olvidando las burlas se preguntaban cómo llegar, con el estómago vacío, y el alma llena de energía, al pueblo aquel a darle tres muletazos a la vaca que por toreada sabía latín, o al cebú reparador que de manso no tenía ni a joroba. Y se preguntaban cómo llegar a la hacienda aquella con la ilusión de convencer al ganadero.

Y eran largas las jornadas de polvorienta marcha las que anticipaban la certeza de que, después del triunfo, se verían rodeados de innumerables amigos n el porvenir. Claro, para ello harían falta multitud de gimientes fatigas u jornadas.

Lo cierto es que los maletillas de antaño –y crea el lector que los conocí- eran una rara y simpática mezcla sentimental y enternecedora de aprendices de vagos y mal vivientes con pasta de ídolos y grandes señores. ¡cuánta diferencia de unos, los actuales, y los otros, los de antaño!

Y cómo olvidar a los aficionados influyentes que, recolectando aquí y allá, juntaban dinero para ue el torerillo luciera un traje de luces tan opaco y apagado que más que encendido entusiasmo despertaba lástima y conmiseración.

¿Me pregunto si me equivoco cuando hablo de una realidad que nada tiene de  romántico cuento ni de fantasiosa novela? Talvez me equivoque en la consignación verbal, pero no en el fondo pueslos torerillos y maletillas de antaño eran otra cosa; lo,eran más rústicos, más primitivos, más autodidactas, más, en definitiva, otra cosa.

 
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