Él, “El Pasmo de Triana”, usando palabras, descubrió
realidades en el toreo geniales y asombrosas: “para torear hay que hacerlo con
la pasión del enamorado”. Le faltó aclarar que la pasión no es palabra, sino
sentimiento, impulso y arrebato. Le faltó apuntar que a los verdaderamente
enamorados las palabras les sobran, pues hasta con sólo mirarse y verse encienden el pebetero de su pasión.
Porque la palabra es la que habla, porque es la que narra
historias, porque es la que cuenta cuentos, porque es la que descubre el
contenido de los fecundos silencios, porque es la que expone los diálogos
sostenidos con uno mismo dentro de un fondo inaudible, merece toda mi
admiración. Por ello la busco con la ambición del gambusino; porque habiéndola
encontrado, podré tener íntimas riquezas
–espirituales- y llegar a comprender,….
Comprender el por qué la emoción se fuga tan abruptamente de
los ruedos; comprender el por qué hay toreros que valen mucho, y otros que nada
valen; comprender el por qué hay toreros que no agarran –cual madera que no
agarra el barniz- la esencia que les puede recubrir de gloria.
Sin la palabra seguramente el mundo sería como un colosal
mamotreto en el que se adoraría al aburrimiento. Sin la palabra el mundo sería
más silencioso y aburrido que los panteones, y mire usted “caro” lector que la
mudez de los cementerios habla con tal vehemencia que a muchos su futura
estancia, amén de ensordecerlos con ardor, les hace estremecer con pavor.
Sin la palabra el toreo empezaría cuando el torero se abre
de capa, y terminaría cuando el cachetero toricida remata fulminantemente a la
bestia que, por no entender palabras, muere sin sentido. Sin
la palabra no se podrían configurar escenarios novedosos ni en el universo del
toreo, ni en el universo de las ideas. Así las cosas, admiro la palabra que me
divierte, y respeto la palabra que me enseña. Como la palabra que pronuncia el
parlante “que sabe de toros”.
¿Será por eso que aborrezco el espectáculo del toreo cuando
enmudece, cuando no tiene instrumentos comunicantes, cuando el faltan palabras
para manifestarse?
Las palabras emocionan tal y
como emocionan los lances; la palabra sobrecoge, tal y como sobrecoge la
tragedia y el drama en el ruedo; la palabra eleva, tal y como elevan la
apoteosis, el triunfo y la gloria; a la palabra, cual lance en el ruedo, la
descubre la imaginación.
Imaginación y palabra. El torero sin imaginación aburre; el
toreo sin palabras es un discurso mudo; el toreo sin imaginación ni palabras es
como un universo que gira en la penumbra de la noche.
Sólo los enamorados no necesitan de palabras. Estos no
tienen tiempo de aburrirse a pesar de que no se pronuncien palabras, sobre todo
los recién casados pues, dándole vuelo a la hilacha, y sumidos en sus candentes
menesteres, con el corazón latente –y ardiente-, y casi en sus manos, se hablan
y se dicen sin pronunciar palabra.
De ahí que los novilleros, cuales enamorados primerizos de
la profesión, deban cumplir el mandamiento de don Juan Belmonte. Hacerlo con la
pasión del enamorado: hacerlo sin palabras pero con intensidad en el corazón.
De lo contrario,… ¡nata sobre la leche! Los toreros parlanchines, los que hablan,
dicen y vociferan, pero que lo hacen sin fondo pasional, simplemente no dicen
nada, y aburren. ¡Nata sobre la leche!