La
expresión, poco contenciosa de argumentos filosóficos, por su simplismo parece
decir nada. Empero, entendida con buena voluntad, en su fondo resguarda ciertos
matices humanos que sin ser balas de cañón “matan” a quienes niegan la validez
de contemplar y admirar al toreo –TEMOR Y ENCANTO- con ojos soñadores y
románticos. Para empezar es bueno considerar que algo pasa “dentro de uno mismo”
cuando la verdad del toreo repulsa y rechaza la inercia del torbellino siniestro
de la mentira.
La frasecilla
“algo pasa,…. dentro de uno mismo” –me- la dijo un aficionado sorprendentemente
dolido e ingenuamente irritado. ¿Cuándo don José, me preguntó, EL AFICIONADO
MODERNO VALORARÁ EN SU JUSTA DIMENSIÓN LAS GRANDES MARAVILLAS QUE SE SUCEDEN
ACTUALMENTE EN LAS ARENAS DE LAS PLAZAS?
Huésped de
su mundo noble y “soñador”, compartí su tesis que como excursión melancólica al
pasado me remitió a la infinita grandeza de las monumentales obras de los
gigantes constructores del toreo. Y es que, olvidando el ayer, me queda claro -convencido
estoy- que ahora se han creado notables maravillas que hacen que “algo pase
dentro de uno mismo”. Y coincido con mi amigo aficionado: “aún sobreviven
toreros cuya actitud y pericia en los ruedos hacen las delicias despertando
notables niveles de entusiasmo en la concurrencia –cada vez más escasa- a las
plazas de toros”.
Penosamente,…..
¡Sí!,….. “penosamente” hay “infracciones” que, cometidas por personas del medio
desprestigian la sublimidad ganada con la sangre y nobleza de los toreros que
elevaron la categoría del espectáculo. No es necesario referirlas ni apuntarlas
pues el “buen aficionado” sabe cuáles son las máculas modernas que denigran la “sagrada”
historia del toreo.
Lo cierto es
que no deja de parecer extraña y hostil la relación del aficionado viejo la con
la realidad presente del toreo moderno, sobre todo con la realidad promocional
de los empresarios que, ahora en su modalidad de “regentes” y “formadores de
toreros”, ignoran al aficionado que fiel y honradamente mantiene la Fiesta de
toros comprando su boleto para acudir a las plazas convertidas en abandonadas
bóvedas que en tiempos pretéritos fueron recintos de excitantes audiciones emotivamente
dramáticas y estéticas.
En la charla
con mi amigo el aficionado tan sólo me quedó el recurso de prestar oídos a sus
reclamos. ¿Por qué se empeñan hoy ciertos aficionados en denostar LAS GRANDES
MARAVILLAS QUE SE SUCEDEN PARA ADMIRARSE EN LAS ARENAS DE LAS PLAZAS?
Lo que no
pude negar es que en la actualidad hay aficionados que tristes y abismados
abandonan las plazas pues no alcanzan a posicionarse de las alturas en las que
los elevados sentimientos y estados de ánimo les permitan que sus espíritus se
consuman voluptuosamente en la orgía de sensaciones tan dichosas que el mismo
cielo no encarnaría en la tierra.
Vaya
ocurrencias las de mi amigo el aficionado: lo real es que platicado con él me
volvió al cuerpo la necesidad de confortar la sensación de sed, de aquella sed
en la que el toreo no es sino una excitante dulzura, dulzura increíble, que,
solicitándola a cada instante, nos permite reconocer que el toreo no SE VALIDA
si en el interior del practicante y el observador, ALGO LES PASA DENTRO DE ELLOS
MISMOS”.
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