Dichosos instantes los que viví de niño sintiendo que mi ser
se desgarraba escuchando el vocerío de las risueñas aves que son su retozona
algarabía anunciaban el inicio de la Feria de San Marcos. Las “mañanitas”. Ya
olía, a partir del uno de abril, a primavera y “a toros”.
Recuerdo que en las “mañanitas”, en trance de embeleso,
contemplaba el rasgue y dibujo de fantasía propuesto por el travieso vuelo de
las aves –cuando las dejaban anidar en la tupida fronda del jardín- que,
teniendo el liviano azul de nuestro cielo claro como fondo, hacía que me
trasladara con ellas a donde “van los perfumes y los sueños”. Y recuerdo que,
muy atento, en la puerta de mi casa, ubicada en la calle de “La Merced” –hoy
Venustiano Carranza-, me divertía viendo el rítmico andar de las damas que se
dirigían al añoso jardín con acompasado y cómico apresuramiento, pulcras,
risueñas, oliendo a Colonia, y con alma de chiquillas, luciendo garbosas el
sugestivo despliegue de femineidad y coquetería que de joven tanto me
inquietarían. ¡Qué dichosos instantes vividos en aquellas “mañanitas” que, “ya
olían a toros!
Aquello era una fiesta insólita para los ojos y el alma
sorprendidos con tanta vanidad poco solemne. Busqué aquella fiesta,… la busqué para ver si había guardado en el
aroma de mis recuerdos el murmullo de la feria de antaño, verbena en la que los
varones, rumbosos y fanfarrones, desplazándose con presuroso afán sobre las banquetas
mojadas y las aceras lustrosas, llegaban “a las mañanitas” con aires de
“grandes caballeros”.
Y busqué. Y al buscar los recuerdos de las “mañanitas”
encontré en los arcones de la familia las blondas que un día mi madre vio lucir
a mi abuela sobre la ruidosa crinolina de las grandes ceremonias. Busqué. Y me
encontré con el recuerdo: recuerdo que bendecía “las mañanitas” porque eran el
anticipo concelebrado de los días luminoso en los que “había toros”, En esos
gloriosos días, apenas si daba un paso, ya me encontraba en las inmediaciones
de la plaza de toros luchando, ente abigarrada multitud, por tocar tan sólo el
lujoso ropaje que vestían los toreros que sonreían con el gesto de garboso
señorío al entrar al coso que contenía a la muchedumbre en espera para
vitorearlos con animosa admiración.
Lo cierto es que en Aguascalientesqueda una invaluable
riqueza patrimonial: “el gusto y respeto por la devoción taurina” a la cual se
le mira con piadosa admiración.Así las cosas, nadie podrá negar que
Aguascalientes ha vivido un íntimo y acendrado romance con la Fiesta de toros; y
tampoco se podrá poner en duda que la mística del espectáculo ha sido, por sus
aromas tan exquisitos, el perfume que engalana a la ciudad. Queda claro
entonces que los aires ambientales de “Agüitas” tienen un carácter luminoso, y
es luz que trasciende, luz que eleva. Lo cierto es que en el universo del toreo Aguascalientes luce como un sol brillantísimo.
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