jueves, 11 de febrero de 2016

¡Qué decepción tan grande! Por: Eduardo Rodríguez Diez.

De esto hace ya muchos años, por lo menos treinta y tantos, cuando siendo un niño con seis, siete años encima, soñaba con ser torero.

Como todos los que amamos esta hermosa fiesta, siempre tuvimos a alguien que nos inculcó el amor a los toros; fue mi abuelo paterno, el que tuvo mucho que ver con mi afición a la más bella de todas las fiestas. En casa, además del principal tema de conversación sobre el natural odio a la dictadura franquista y sus estragos; sólo había otro tema de igual importancia; los toros. Y cuando me preguntaban mis abuelos maternos, mis tíos, mis primos y mis amigos que ¿Qué quería ser de grande? La respuesta era obvia, ¡Voy a ser torero!, les contestaba.

Pasó el tiempo; y siendo ya adolescente, de nuevo ese cómplice que también soñó algún día con ser torero, que fue novillero de joven, apoderado por Don Difi, se encargó de tratar de hacer mi sueño realidad; tal vez reflejando en mi sus frustraciones; tal vez, esperando que yo pudiera lograr lo que el no pudo lograr y lo que su único hijo le negó cuando mi abuelo le lanzó sin miramientos: ¡Aquí en casa nadie va a ser futbolista! ¡Yo no mantengo huevones! O te haces torero o te haces licenciado… Bueno; pues en casa perdimos a un defensa central de antología y ganamos además de un gran administrador de empresas a un extraordinario ser humano, mi padre.

Y cuando la cosa empezó a ponerse un poco más seria, empezó el peregrinar; levantarse a entrenar a las cinco de la mañana a Chapultepec y terminar al medio día; antes de que llegaran los vagos que jamás iban a ser toreros, -eso decía mi abuelo- y todos y cada uno de los consejos para sin duda tratar de ser un profesional del toreo. Las escapadas furtivas a las distintas ganaderías sin que se enterara mi padre; ser desmadejado por más de una becerra y recibir varias palizas por vacas de retienta y uno que otro novillo de deshecho que a hurtadillas de mi abuela compraba mi abuelo; dos cates que no hubo posibilidad de ocultarle a mi padre y el concebido regaño a mí y a mi abuelo. Lo peor, despertar de ese sueño y darte cuenta que no tienes lo suficiente no para ser torero, sino para ser figura del toreo; porque “si solo sueñas con ser torero, mejor ni intentes serlo, toreros hay muchos; figuras del toreo, se cuentan con los dedos de una mano y te sobran dedos hijo,  –me decía mi abuelo-. Y entonces empezó otra faceta, escribir de lo que tanto te apasiona; no amargándote de lo que pudiste ser y no quisiste ser, sino siendo objetivo, proactivo y tratando de señalar lo bueno y también lo malo de este hermoso y particular arte.

Y se preguntaran bueno: ¿Ya qué viene todo este rollo? ¿Qué me importa a mí saber la vida y frustraciones de este chalao?

Y todo tiene un ¿Por qué?

Y aquí van las razones y mi muy personal punto de vista.

He podido ver las imágenes de lo que toreo el diestro de Chiva, Don Enrique Ponce en Venezuela; y la verdad no pude evitar sentir una profunda tristeza y una gran decepción.

Ya habíamos escuchado sus declaraciones en un programa de TV abierta con respecto a su concepto de trapío del toro mexicano; pero mi sentir, mi razonamiento va más allá de simples palabras; son sus acciones lo que me dio tristeza; ya que distan mucho de ser una persona que ama la fiesta de los toros; y mucho menos un profesional y figura de los ruedos. Me dio tristeza y decepción ver a un hombre vestido de torero, jugando a “ser figura”; con un animal sin trapío alguno; con un animal de festival; degradando la figura de un verdadero torero. Me dio pena y decepción ver cómo la gente aplaudía y aceptaba ser parte de este engaño; y dicen por ahí que la tristeza y la decepción no te quitan la alegría sino la esperanza; una esperanza de la que pende la fiesta, porque siempre estas esperando que un torero, una figura del toreo se enfrente a eso, a un verdadero toro.

Me dio tristeza y decepción, recordar lo que decía Don Enrique Ponce cuando iniciaba en esto; su abuelo, fue también su abuelo ése cómplice que le llevó a ser torero y figura del toreo; ¿Qué pensaría hoy Don Leandro al ver a su nieto involucrado en la penosa situación que se presentó en Venezuela?
¿Qué pensaría esa “mitad de su alma” -como alguna vez le llamo Enrique a su abuelo- de lo que hoy en varias plazas de toros, torea su nieto?

Don Enrique Ponce dice en una carta dirigida a Don Leandro: “Su concepto del toreo siempre fue puro y clásico ante todo. Conceptos que a mí me transmitió y que pienso se reflejan en mi toreo. Me enseñó además, y por lo cual le estoy enormemente agradecido, el respeto a la profesión, al torero y al toro. Son principios básicos que deben ser inculcados a todos los niños que empiezan a querer ser toreros”.

Hoy Don Enrique Ponce Martínez, ¿Qué tanto recuerda de su abuelo? Porque escribe: “¡Qué importante es la figura de un abuelo en la vida de un niño! ¡Cuánto podemos aprender de ellos! A mí, mi abuelo, me marcó el camino a seguir desde los seis años siendo el espejo donde mirarme y la fuente donde bebí y aprendí todo lo que sé. Siento un enorme agradecimiento a Dios por haberle tenido en mi vida, por haber tenido el privilegio de ser nieto de un hombre tan extraordinario como él. Gracias abuelo. Por ti soy torero, gracias a ti he conocido la felicidad de ser torero y la satisfacción que me ha proporcionado poder hacerte sentir orgulloso de lo que los dos hemos conseguido juntos. Porque yo soy obra tuya, obra de tu sentir, de tu amor al toreo, de la grandeza y profundidad de tu corazón. Gracias abuelo, porque soy nieto de un sueño, de tu sueño, de nuestro sueño”

Y le hago de todo corazón la pregunta matador, porque el mío, en cada línea, en cada palabra, lo tengo al lado como si estuviera escuchándolo y criticándome a cada párrafo, cada idea, cada opinión; diciéndome: “escribe Lalín, escribe y cuéntale al mundo lo que ves y lo que sientes del toreo y serás inmensamente feliz; nunca escribas nada para satisfacer a terceros, porque en ese momento te estarás traicionando; lucha toda tu vida para parecerte cada vez más a ti mismo; húrgate, rasca en lo más profundo de ti; nunca seas ese changuito del organillero que pasa a recoger el sobre; escribe siempre lo que te salga del alma; no complazcas a nadie con tu arte, porque escribir es un arte hijo; el que escribe es un artista, un pintor de imágenes y de historias; se egoísta al escribir, piensa siempre en satisfacer tu necesidad de decir lo que sientes y encontrarás la plenitud y seguramente habrá más de uno que piensa como tu; y si no lo hay, ignora a la gente que te critique o que intente detenerte; hijo de mi alma, nunca te traiciones a ti mismo”…

Don Enrique, no sé si alguna vez su querido abuelo Don Leandro le dijo a usted “nunca te traiciones a ti mismo, hijo de mi alma”;  porque tristemente lo que hemos podido ver, es que dejó de amar y de sentir esa sensación única que solo te da la fiesta de los toros, y desde hace tiempo ya viene traicionándose a sí mismo y decepcionando a los que lo seguimos.  

Comparto en esta opinión tres fotografías en donde aparece ese Enrique Ponce, joven, fresco, enfrentando su verdad y al que todos queremos ver; y al Ponce de hoy.
La tercer fotografía es para recordarle matador, que no todos pudimos o quisimos cumplir eso que usted si pudo y quiso ser, eso a lo que usted llama “ser nieto de un sueño”; pero sobre todo para que no olvide el origen de todo lo que usted es.





Ojalá y de verdad nos dé alguna vez el gusto de poder disfrutar de su toreo con un verdadero toro bravo y honre lo que su querido abuelo le inculcó desde pequeño, pero que sobre todo deje de traicionarse a sí mismo y no mate nuestra esperanza como aficionados a su toreo de arte, porque “El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta” Don Federico García Lorca.


Un abrazo y suerte para todos…


Porra México A.C.
Eduardo Rodríguez Diez
Presidente

“El toreo es el único arte fugaz que impacta de un solo golpe todos tus sentidos y el único capaz también de llegarte con una sola imagen a lo más profundo de tu corazón”